La Huerta de Colombia desde los ojos de mi mujer

Cuando mi mujer visita Colombia, hay un lugar que la transforma: la huerta de su madre. No es un terreno cualquiera. Es un espacio sembrado de afectos, de memorias vivas, de sabores que no se olvidan. Allí, la tierra habla en femenino, y cada planta parece contar una historia que ella escucha con devoción.

Platanera en la huerta de Colombia con bandera colombiana y mensaje emocional sobre la mirada de una mujer migrante.
La huerta de Colombia desde los ojos de mi mujer — una mirada binacional entre raíces, afectos y cultivos.

La huerta de Colombia desde sus raíces con amor

La Huerta de Colombia, vista desde sus ojos, es mucho más que cultivo. Es un universo de colores, aromas y texturas. Es una escuela silenciosa donde se aprende a cuidar, a esperar, a agradecer. Y es también un puente entre su vida en Murcia y sus raíces caleñas.

Siembras que cuentan historias

En la huerta de su madre, mi mujer se reencuentra con una sinfonía de frutos que despiertan memorias profundas: el banano y el plátano ofrecen sombra y dulzura, mientras los aguacates cuelgan como promesas cremosas que se recogen con gratitud. El maracuyá trepa con descaro y perfuma el aire con su acidez vibrante, y la guayaba, con su pulpa rosada, pinta la infancia en la lengua. Los limones perfuman las mañanas, el tomate de árbol enciende los colores del paisaje, y la chirimoya, suave y dulce, arranca sonrisas con cada bocado. La yuca, aunque no frutal, se cosecha con respeto, como parte esencial del ciclo.

El maíz cruje al sol y evoca fiestas, mientras el café, cultivado con esmero, se convierte en ritual compartido. Y entre todos, la guama se abre en silencio: con sus vainas largas y su pulpa blanca, dulce y discreta, representa lo inesperado, lo que no se cultiva por negocio sino por cariño. Cada fruto en esta Huerta de Colombia tiene alma, y juntos componen un paisaje afectivo donde la tierra habla con voz de madre.

Saberes que no caben en libros

En la huerta de su madre, mi mujer no solo encuentra cultivos: encuentra conocimiento. No el que se aprende en aulas, sino el que se transmite en silencio, entre cosechas y sobremesas. Son saberes que no caben en libros, pero que sostienen la vida. Allí se siembra según la luna, se espantan plagas con infusiones de ajo y ají, y se reconoce el momento exacto de cosecha por el olor, el color o el tacto. Las hojas de guayaba se usan para curar heridas, el agua de cilantro para aliviar el estómago, y el compost se prepara con cáscaras, paciencia y respeto.

Su madre no habla de agroecología, pero la practica. No usa términos técnicos, pero conoce el lenguaje de la tierra. Y mi mujer, que creció entre pantallas y horarios europeos, se sienta a escuchar. Aprende con los ojos, con las manos, con el corazón. Y luego, en Murcia, adapta: improvisa con macetas, consulta el clima, mezcla saberes. Porque la Huerta de Colombia no solo produce alimentos: produce memoria, produce afecto, produce dignidad.

La huerta como acto de resistencia

En Colombia, muchas mujeres sostienen a sus familias gracias a pequeñas huertas. No solo alimentan: educan, curan, protegen. Son guardianas de semillas, de recetas, de historias. La Huerta de Colombia es también lucha: contra la escasez, contra el olvido de los saberes ancestrales, contra la dependencia de productos industrializados. Mi mujer lo entiende y lo honra. Para ella, cada planta es un acto de dignidad. Y cada cosecha, una victoria silenciosa.

Semillas que cruzan el océano

Aunque en nuestro balcón no cultivamos nada, la tierra sigue presente en nuestras vidas. En la huerta de mis padres, los suegros de mi mujer, en Murcia, crecen naranjos que perfuman el aire, limoneros que regalan su acidez brillante, olivos que guardan siglos de historia y higueras que endulzan el verano. Allí, entre bancales y sombra, ella reconoce gestos familiares: la forma de podar, de regar al amanecer, de recoger los frutos con respeto.

Y aunque los cultivos no sean los mismos que en Colombia, hay algo que se repite: el vínculo con la tierra, la sabiduría callada, el cuidado compartido. A veces, al conversar con otras mujeres migrantes, surgen recuerdos de huertas lejanas, de semillas traídas en bolsillos, de recetas que cruzaron el océano. Así, la Huerta de Colombia no solo se adapta: se entrelaza con otras tierras, se reinventa en cada gesto, y florece donde hay memoria y manos dispuestas a sembrar.

Huertas compartidas y saberes compartidos

En barrios populares de Cali, en veredas del Valle del Cauca, en patios escolares y balcones urbanos, la Huerta de Colombia se multiplica como espacio de encuentro. Mujeres, niños, abuelos y migrantes siembran juntos, comparten semillas, recetas y consejos. No hay jerarquías: la tierra iguala. Mi mujer, al participar en estas huertas comunitarias, descubre que los saberes no se guardan, se ofrecen. Lo que una aprendió en su infancia caleña, otra lo adapta en su huerta urbana en Murcia. Así, los cultivos cruzan fronteras, y los conocimientos se tejen como red viva entre generaciones y culturas.

Escuela de vida

La huerta, para mi mujer, es más que cultivo: es una maestra silenciosa. Le ha enseñado a esperar sin ansiedad, a cuidar sin exigir, a aceptar los ritmos de la vida. Cada semilla sembrada le recuerda que no todo brota, pero todo enseña. En la Huerta de Colombia, ella ha aprendido que el tiempo no se controla, se acompaña; que la tierra no se domina, se escucha. Y esas lecciones, nacidas entre plantas y silencios, las aplica en nuestra relación, en la crianza, en la cocina, en la forma de estar en el mundo.

Tecnología al servicio de la tierra

Hoy, incluso la tecnología se pone al servicio de la huerta. Aplicaciones como “Guía tu Huerta”, desarrolladas por universidades colombianas, ofrecen información sobre cultivos, usos tradicionales y recomendaciones científicas. Mi mujer, que antes sembraba por intuición, ahora consulta apps, comparte fotos, intercambia saberes con otras mujeres en redes. La Huerta de Colombia se digitaliza, pero no pierde su alma.

Cosecha emocional

La Huerta de Colombia, vista desde los ojos de mi mujer, no es solo un lugar: es una forma de estar en el mundo. Es memoria viva, es puente entre culturas, es semilla de futuro. Y mientras ella riega una planta en Murcia, yo sé que algo de su tierra sigue latiendo en la nuestra.

Vídeo presentando la Huerta de Colombia

En los últimos 40 segundos de este vídeo podéis ver la huerta de Colombia desde los ojos de mi mujer. Así que llegar al final merece la pena. ¡Gracias por seguirnos! ¡Os queremos seguidores!

@colombiamirave

Mi esposa viajó sola a Colombia, pero trajo consigo mucho más que recuerdos: trajo historias vivas, aromas tropicales y una mirada que transforma lo cotidiano en maravilla. Desde su llegada, se dejó envolver por la calidez de la gente, los ritmos del campo y la magia silenciosa de las huertas frutales que florecen en cada rincón del país. Con sensibilidad y curiosidad, recorrió cultivos de guayaba, maracuyá, mango, papaya y plátano, aprendiendo de campesinos que siembran con las manos y el corazón. Cada fruta tenía su historia, cada árbol su carácter. Y ella, con su forma única de narrar, nos enseñó desde la distancia cómo la tierra colombiana respira vida. Su voz, entre asombro y ternura, nos conectó con saberes ancestrales, con prácticas sostenibles y con la belleza de lo simple. Aunque yo no estuve allí, su mirada me llevó. Me enseñó que una huerta no es solo cultivo, sino memoria, cultura y resistencia. Y así, desde Colombia, ella sembró también en nosotros el deseo de cuidar, aprender y agradecer. viajeacolombia colombia HuertaColombiana ColombiaVerde FrutasDeColombia #viajera #parejas #amordemivida

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